UN PAIS DE LOCOS
Me suele pasar que me viene la idea de fabricar un post sobre un tema, y acabo colgando un artículo que encuentro por ahí, mucho mejor de lo que yo hubiera podido escribir. Y es que en este tema de las mentiras complusivas del PP, los adjetivos se me quedan famélicos y cuando la rabia ya me puede, en este tema y con 192 muertos ahí, (192 de nosotros) lo que me salta es una lágrima de impotencia.
Nunca mais a la ignominia. Nunca mais a estos locos. Nunca mais a SU MENTIRA
Si me sale un adjetivo para esos políticos por fín, no será educado ponerlo aquí.
Juan Carlos Escudier
Sábado, 11 de marzo de 2006
Debe de ser esa locura que las atrocidades llevan a la espalda la que tiene a buena parte de la clase política y periodística de este país al borde de la esquizofrenia colectiva dos años después del 11-M. La enajenación de tantos es tan preocupante que uno ya no se atreve a decir que los locos son ellos por temor a ser enfundado en una camisa de fuerza. Pero es indudable que mucha gente se ha vuelto tarumba en este tiempo y que la pretensión de estos tarados es trastornarnos a todos de una manera o de otra.
Cierto es que la sociedad española nunca ha sido paradigma del debate sosegado y del intercambio pacífico de opiniones, pero entre el desvarío de quienes se creyeron más víctimas que los propios muertos y el arrobamiento de los que se toparon de bruces con el poder ha prosperado un insoportable sectarismo que convierte en inútil todo intento de manifestar cualquier pensamiento razonado. Las grandes cuestiones están sazonadas de un guerracivilismo que no admite medias tintas. Como resultado, lo evidente se pone en solfa y lo discutible no genera puntos de vista sino dogmas irreconciliables.
Lo ocurrido con los atentados del 11-M es una prueba elocuente del primero de los supuestos. Podría pensarse que los hechos no admiten réplica: la matanza fue cometida por terroristas islámicos y la participación de España en la guerra de Iraq fue su excusa. Parece obvio, a la vista de lo conocido después, que se produjeron fallos de coordinación entre los servicios de inteligencia y las fuerzas policiales. Resulta indiscutible que la conmoción por estos sucesos y una lastimosa gestión de la crisis por parte del Gobierno anterior, con mentiras o sin ellas, determinaron la victoria socialista el 14 de marzo de 2004. Hasta aquí lo evidente.
Pues bien, ya sea por la locura o la desvergüenza de algunos –probablemente, por ambas- lo que en un principio podía interpretarse como una absurda defensa del honor de Aznar, es hoy la elaborada teoría de una conspiración galáctica para apartar al PP del poder. Entre delirios hemos conocido que tras los atentados han estado, por ese orden, ETA, el PSOE, la Policía, el CNI, los servicios secretos de Marruecos, y nuevamente ETA, porque la trama debe de ser circular. Hemos leído que los terroristas que se suicidaron en Leganés podían haber sido ‘suicidados’ antes de que su vivienda saltara por los aires, que el jefe de los Tedax podía estar implicado en el complot y que Ceuta y Melilla son el pago prometido por Zapatero al rey de Marruecos por poner las bombas. Toma mente calenturienta.
Los enigmas y los agujeros negros han convertido al 11-M en un queso gruyere. Creemos saberlo todo pero las incógnitas nos seguirán asaltando. ¿Habrá tenido el minero Trashorras una señora de la limpieza de Amorebieta? ¿Pasó la mujer de Toro unas vacaciones de Semana Santa en Tánger y se compró una tetera? ¿Mencionó Zhougan a Alí Agca en su interrogatorio? ¿Será Mohamed VI miembro del comando itinerante? Hay un último interrogante sin respuesta: ¿hasta cuándo la Justicia permitirá que se puedan imputar delitos gravísimos a funcionarios públicos y al propio presidente del Gobierno sin que se mueva el dobladillo de una toga para meterlos en la cárcel a ellos o a sus difamadores?
Lo que se ha dado en llamar crispación no es sino la caja de resonancia del dogmatismo que ha contagiado a nuestros políticos. Se ha renunciado expresamente al acuerdo en la creencia de que dará oxígeno al adversario. Pero, lo que es peor, se han eliminado todos los matices que podían facilitarlo. Las discusiones se han polarizado de tal forma que, por fuerza, una de las partes miente, si no las dos. Eso, o que vivimos sin darnos cuenta en dos países distintos. ¿Cómo es posible que el nuevo Estatuto de Cataluña vaya a fortalecer más España como asegura el PSOE y, simultáneamente, sea la causa de su ruptura, tal y como sostiene el PP? ¿En qué cabeza cabe que la negociación con ETA demuestre la fortaleza del Estado y, a la vez, su claudicación ante los terroristas?
Los ciudadanos estamos atrapados en este desquiciante cara o cruz. Si a alguien se le ocurre decir que está de acuerdo con que Cataluña tenga más competencias y que reciba por ello más dinero, pero que le parece un desatino que el conocimiento del catalán sea obligatorio le considerarán un demente. Si va más allá y opina que la asimilación entre nacionalidad y nación no supone ningún cambio de régimen pero le parece bien que la Constitución se modifique para cerrar el capítulo de las competencias autonómicas los locos que nos rodean le tomarán por un psicópata.
Quienes nos pensamos cuerdos –quizás equivocadamente- juzgamos que es tan defendible que el Gobierno se siente a negociar con ETA si la banda renuncia definitivamente a las armas como tratar de acabar con el terrorismo por medios exclusivamente policiales. Pero nos negamos a aceptar que lo primero sea hincar la rodilla y traicionar a los muertos y que lo segundo represente la alternativa de quienes no quieren que el Gobierno protagonice el fin de la violencia. Siendo legítimas ambas opciones, ¿por qué ese empeño en demonizar al contrario? ¿Merece la pena arrojar tanto veneno sobre la convivencia para alcanzar el poder a cualquier precio o para mantenerse en él a toda costa?
Claro que todo ello no sería posible sin la complicidad activa de unos medios de comunicación cómodamente instalados en sus dos trincheras, incansables en la defensa de sus licencias de televisión y de radio, sus negocios editoriales, sus cuentas corrientes y hasta de sus piscinas, y a los que les va la vida en apoyar o en derribar gobiernos. Su locura es una partida más del balance, pero ni siquiera esto puede ser una eximente.